4 feb 2019

Una historia contada por Alfonso Alfaro

"Quisiera recordar a este respecto una historia atribuida a Gazali y que he citado alguna vez: en el pináculo de la Bagdad abasida (aunque pudo también haber sucedido en el Damasco de los omeyas en tiempos de Al-Walid), Harún al-Rachid, quien deseaba poner a prueba las civilizaciones más avanzadas de su tiempo, mandó llamar a dos grupos de pintores, uno de China y otro de cristianos de Bizancio, para encargarles la decoración del edificio más hermoso de la ciudad. Entregó a cada grupo uno de los dos muros principales situados frente a frente y mandó elevar enmedio una barrera hermética, de manera que cada uno trabajara en la ignorancia de lo que el otro hacía e independiente de su influencia. Durante dos meses, los chinos crearon en su muro un universo de flores, llamas, nubes y dragones, en un delirio de rojos, azules y oros: todos los motivos y los colores que tanta fortuna tendrían luego en la pintura árabe. Durante ese tiempo los griegos se dedicaron a alisar y pulir su muro sin añadir rasgo, textura ni volumen alguno, ante la ironía condescendiente de los servidores del califa. Al cabo del año, vino en persona el Príncipe de los Creyentes a contemplar las obras terminadas y descubrió maravillado el paraíso asiático. Vio luego el espacio cristiano, completamente desnudo. Pero al derribar la separación, todo el esplendor del muro chino se proyectaba, resplandeciente, en la superficie virgen, y el reflejo atenuaba con un toque de irrealidad los excesos e imperfecciones del muro pintado y podía reproducir también la magnificencia del servidor de Dios Harún al-Rachid en ese marco sublime. Detrás de esta historia está una idea que tuvo un gran eco en el pensamiento místico de ambas orillas del Mediterráneo y que en la ribera cristiana se acercó a veces a los peligros del quietisimo, pero que puede ser interpretada de una manera rigurosamente ortodoxa (por ejemplo con Santa Teresa: lo más que puede hacer el alma que busca a Dios es construir el silencio, preparar una morada desnuda que su Señor llenará cuando Él quiera). En la orilla islámica del Mediterráneo, Luis Barragán encontró pues solamente aquello que ya estaba en su tierra aclimatado desde antiguo."


Alfonso Alfaro, Voces de tinta dormida


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